DOLORES
IBÁRRURI (LA PASIONARIA)
Dolores Ibárruri Gómez,
llamada la Pasionaria) Dirigente comunista española (Gallarta, Vizcaya, 1895 -
Madrid, 1989). Nacida en una familia minera conservadora, Dolores Ibárruri se
interesó por la lucha obrera bajo la influencia de su marido, un militante
socialista con el que se casó en 1915.
Desde que pasó a la acción
con motivo de la huelga general revolucionaria de 1917, Dolores Ibárruri fue
adquiriendo prestigio como oradora y articulista política, a pesar de que había
interrumpido muy pronto su formación escolar para ponerse a trabajar como
sirvienta.
Impresionada
por el triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia, Dolores Ibárruri
participó junto con la agrupación socialista de Somorrostro, de la que era
miembro, en la escisión del PSOE que dio lugar al nacimiento del Partido
Comunista de España (PCE) en 1920, llegando a formar parte de su Comité Central
en 1930; en 1931 se trasladó a Madrid para trabajar en la redacción del
periódico del Partido, Mundo
Obrero.
Su activismo de luchadora
incansable le llevó a la cárcel por dos veces en 1931-33. Recién elegida
diputada por Asturias en 1936, la sublevación de los militares contra el
gobierno de la República acrecentó su carisma popular, al desplegar durante la
siguiente Guerra Civil (1936-39) una gran actividad de propaganda; su prosa
apasionada, sensible y coherente la convirtió en símbolo de la resistencia y
combatividad de la España republicana.
Ya
durante la guerra ascendió al segundo lugar en influencia dentro del partido,
después de su secretario general, José Díaz. Tras la derrota militar se exilió
en la Unión Soviética (1939-77), continuando su labor como representante de
España en la Internacional Comunista. Al morir Díaz en 1942, Pasionaria le sustituyó como secretaria
general del PCE, cargo del que sería desplazada por Santiago Carrillo en 1960;
se mantuvo, no obstante, en el cargo honorífico de presidenta del Partido.
Dolores Ibárruri regresó a
España tras la muerte de Franco y la transición a la democracia, resultando
elegida de nuevo diputada por Asturias (1977). Incluso entonces permaneció
aferrada a los viejos ideales del comunismo prosoviético, que apenas tenían ya
eco ni en la sociedad española ni en el PCE; aquejada por problemas de salud,
abandonó pronto su escaño y se retiró de la política activa.
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NAPOLEÓN
BONAPARTE
Napoleón
nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en el
seno de una familia numerosa de ocho hermanos. Cinco de ellos eran varones:
José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y
Carolina. Gracias a la grandeza del futuro emperador Napolione (así lo llamaban
en su idioma vernáculo), todos ellos iban a acumular honores, riqueza y fama, y
a permitirse asimismo mil locuras. La madre de los hermanos Bonaparte (o, con
su apellido italianizado, Buonaparte) se llamaba María Leticia Ramolino y era
una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal elogiaría por su carácter
firme y ardiente en su Vida de
Napoleón (1829).
Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos
por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobre llevados gracias a la posesión
de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus
dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega
frente a su nueva metrópoli, Francia. Congregados en torno a un héroe nacional,
Pasquale Paoli, Carlos María Bonaparte apoyaba a los isleños que defendían la
independencia con las armas y que terminaron siendo derrotados por los
franceses en la batalla de Ponte Novu, encuentro que tuvo lugar en 1769, el
mismo año en que nació Napoleón.
A causa de la derrota de Paoli y de la persecución de su bando,
la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las
incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo
sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés Louis
Charles René, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias
patricias de la isla. Carlos María Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia
a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad:
viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditar su
hidalguía y logró que sus dos hijos mayores, José y Napoleón, entraran en
calidad de becarios en el Colegio de Autun.
Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue
muy aficionado y que llegaron a constituir en él una especie de segunda
naturaleza, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí
salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de
guarnición en la ciudad de Valence. Sus compañeros, hijos de la aristocracia
francesa, veían en él a un extranjero raro y mal vestido, al que hacían blanco
de toda clase de burlas; no obstante, su carácter indómito y violento imponía
respeto tanto a sus camaradas como a sus profesores. Lo que más llamaba la
atención era su temperamento y su tenacidad; uno de sus maestros en Brienne
diría de él: «Este muchacho está hecho de granito, y además tiene un volcán en
su interior».
Desde marzo de 1796 hasta abril de 1797, el
genio militar del joven Bonaparte se puso de manifiesto en la península
italiana; Lodi (mayo de 1796), Arcole (noviembre de 1796) y Rivoli (enero de
1797) pasaron a la historia como los escenarios de las principales batallas en
las que derrotó a los austríacos; Beaulieu, Wurmser y Alvinczy fueron los más
destacados mariscales cuyas tropas fueron barridas por las de Napoleón.
PRIMER CÓNSUL
En pocas semanas organizó el golpe de Estado del
9 de noviembre de de 1799 (el 18 de Brumario según la nomenclatura del
calendario republicano), instauró
el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares,
pero en realidad cobertura de su régimen autocrático, sancionado por la nueva
Constitución napoleónica del año 1800.Su gran capacidad política y militar,
hicieron que acabara siendo emperador francés, tras la batalla de Waterloo, en
la que perdió contra la armada inglesa liderada, por el duque Wllintong,
Napoleón fue llevado a la isla de Santa Helena, donde moriría lejos de su gran
imperio, viendo como los reyes restauradores, ponían a un súbdito en el trono
francés.
JULIO
CÉSAR
Cayo
Julio César nació el 13 de julio del año 100 antes de Cristo (según la fecha
más comúnmente aceptada) en un barrio no muy aristocrático de Roma, cercano a
la actual vía Cavour. Se sabe poco de su infancia, transcurrida en el seno de
una familia patricia, la gens Julia, que pretendía descender de Eneas
(a quien se consideraba hijo de Venus), y en la cual, en algún momento, se
había insertado una rama que agregó el nombre de César. Los miembros de la
familia habían vivido al margen de la lucha continua por los cargos que
permitían hacer carrera pública hasta llegar al consulado, la aspiración
máxima.
La
infancia y la primera juventud eran breves en aquellos tiempos. Desde los diez
años, César fue puesto al cuidado de Marco Antonio Gnifón, ilustre maestro,
especialista en literatura griega y romana, para que se ocupase de su
educación. Aprendió a leer y escribir en la traducción de la Odisea hecha por Livio Andrónico. Seguramente
sus dotes naturales le permitieron aprovechar al máximo las enseñanzas de su
maestro, de modo que fue perfeccionando su lenguaje y aprendiendo los
rudimentos de la oratoria, fundamentales para una carrera política.
Si bien su familia no había
ocupado altos cargos, las inclinaciones del grupo le volcaban hacia el partido
popular. Julia, una hermana del padre de César, se había casado con Cayo Mario,
plebeyo de origen pero hombre muy poderoso por su capacidad militar. La familia
ingresó, probablemente a través de Mario, en los círculos del partido popular.
A los
quince años, en aquel 85 en el que moriría su padre, César era un hombre.
Inmediatamente tomó por esposa a Cornelia, hija de Cinna, uno de los dirigentes
máximos (junto con Cayo Mario) del partido popular y hombre todopoderoso en
Roma. Con esta decisión, la gens Julia terminó por asociarse en forma
definitiva con los intereses del pueblo, enfrentándose al corrompido patriciado
romano. Todo esto debió de resultar algo duro para César, que era un joven que
llevaba una vida libre de prejuicios, liberado ya de la rigidez de su maestro e
inclinado hacia todo tipo de lecturas, incluido el teatro.
César
tuvo con Cornelia una hija, Julia, a la que estuvo vinculado toda su vida y por
la que siempre sintió un profundo afecto, a pesar de que su relación
matrimonial con Cornelia fue casi circunstancial. Al iniciarse su vida
matrimonial, César debió de ingresar en el círculo de hombres importantes de
los que se rodeó su tía Julia, viuda ya de Mario. En esa época fue designado flamen dialis, es
decir, sacerdote de Júpiter, el más importante de los dioses romanos.
César
fue perseguido y se puso precio a su cabeza. Tuvo que comprar su libertad a un
soldado que le había encontrado, y finalmente, por ruegos de familiares
cercanos al dictador y la intermediación de sacerdotisas de la diosa Vesta,
Sila indultó «al joven de la toga suelta», epíteto que aludía a la costumbre de
César de no ajustarse el cinturón de su toga, que caía así libremente, según un
uso que entonces se consideraba poco viril. Fue un perdón a regañadientes. Sila
había columbrado el temible porvenir del muchacho cuando afirmó, según
Suetonio, queCaesari multos Marios inesse (en César hay muchos Marios), queriendo
significar con esa frase el peligro que entrañaba su resuelta personalidad.
César, no obstante, no se abrevió a regresar a Roma y pasó al servicio del
propretor Termes, el cual, por ser César hijo de un miembro del Senado, le
confirió el grado de oficial. Participó así en la toma de Mitilene de Lesbos,
ciudad aliada con Mitrídates, y su comportamiento militar le valió una
condecoración.
Termes
decidió entonces enviarlo a la corte de Nicomedes, rey de Bitinia, un reino en
la costa sur del mar Negro y el mar de Mármara, a fin de afianzar relaciones.
Entre Nicomedes y César se trabó una íntima amistad que fue objeto de rumores,
algo muy habitual de la época, por otra parte. El hecho es que César volvió un
par de veces a Bitinia y que, a la muerte de Nicomedes, el reino sería
incorporado a Roma como una provincia más, pasando todos sus habitantes a ser
«clientes» de César. Éste ya era dictador absoluto de Roma, y aun en las
grandes celebraciones sus propios soldados cantaban coplas en las que
burlonamente se referían a sus probables relaciones homosexuales con Nicomedes.
Sus enemigos le recordarían a menudo este oprobioso episodio, llegando a
bautizarle con el infamante sobrenombre de Bithynicam
reginam (reina
de Bitinia).
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